Actualmente es común usar expresiones como “polarización” o “grieta” para describir las actitudes con las que los habitantes, políticos y gobiernos de diferentes países plantean o debaten sus problemas. Es una situación difícil que estamos atravesando en todo el mundo, porque discutir desde posiciones cerradas y antagónicas no contribuye a encontrar soluciones que deberían ser comunes para todos. Y transforma en una situación aún más difícil, el hecho de que detrás de esas divisiones políticas o ideológicas, otras más profundas están ocultas y se relacionan con líneas de fractura en la sociedad.
Y esta es una preocupación legitimada por la historia mundial, y, si miramos los eventos cruciales que sucedieron durante el siglo XX, veremos que la polarización y el antagonismo no son fenómenos nuevos en la historia de la humanidad.
Distintos analistas sociales y políticos han expresado una preocupación legítima sobre la forma en que se interpretan, informan y debaten diferentes eventos conflictivos que ocurren en diferentes países. Las actitudes hacia los problemas aparecen marcadas por la adherencia a una posición de grupo predeterminada, cerradas para escuchar otros argumentos y predispuestas a una descalificación temprana.
La sociedad aparece dividida en parcialidades, cada una de los cuales se cree dueña de la verdad y rechaza, “por una cuestión de principios”, cualquier opinión que provenga del “exterior” del propio grupo.
Los grupos se aferran a sus creencias y las defienden como un dogma incuestionable nucleado alrededor de un liderazgo, desarrollando un comportamiento similar al de los clanes actuando de manera contraria a las pautas de los sistemas democráticos de gobierno. Cuando una sociedad funciona de esta manera, afecta profundamente la sana coexistencia política, porque se elimina cualquier forma de intercambio de ideas. De esta forma desaparece el ejercicio del debate o la búsqueda de opiniones para encontrar soluciones comunes.
El mundo presenta hoy un escenario en el que todos estos problemas son evidentes en diferentes países. Tomamos brevemente a modo de ejemplo los siguientes casos:
En Argentina, la polarización se acentuó desde el cambio de gobierno y el signo político en 2015; en Brasil, después del juicio político a la presidenta Dilma Rousseff; en los Estados Unidos desde el comienzo de la administración del presidente Donald Trump y su posición frente a las comunidades hispanas e islámicas; En España, en los últimos años se ha gestado una lucha entre los grupos que defienden la monarquía y los grupos que prefieren la república, con el agravante de las comunidades autónomas como Cataluña que quieren separarse del resto del país; en Europa, después del famoso “Brexit” levantado por el Reino Unido, se afirman cada vez más ideas nacionalistas en los diferentes países miembros de la comunidad, que están afectando todos los logros obtenidos desde los últimos años del siglo XX para esa “Unión” de países que proporcionó tantos beneficios.
Ante este escenario, nos preguntamos qué pasó con las sociedades modernas … Es evidente que olvidaron el aprendizaje que nos dejaron los antiguos griegos, cuando en el ágora o plaza pública de la polis, descubrieron la política y la lógica para superar los enfrentamientos entre diferentes grupos, construyendo una comunidad capaz de integrarlos. En el ágora, los ciudadanos expresaban sus propios pensamientos, como hombres libres, y de todos ellos surgía la síntesis colectiva, de aquellos que eran capaces de liderar, dando lugar a la plataforma de la democracia.
A mediados de los 70, Pier Paolo Pasolini realizó una evaluación sobre la desaparición del espíritu popular en un controvertido artículo [2]en el que recordaba una imagen de su juventud en la que, en los campos que rodeaban la ciudad de Roma, las luciérnagas eran una comunidad luminosa que emitía señales para comunicarse entre ellas. Pasolini reflexionaba sobre cómo la contaminación había hecho que las luciérnagas desaparecieran. Del mismo modo, el pensó que la industrialización que se produjo en los años setenta en Italia terminó con la diversidad de culturas particulares y, por lo tanto, borró todos los rastros de humanidad, de comunidad, de solidaridad. Debido a la mutación del capitalismo, la “comunidad de luciérnagas” desapareció, es decir, la capacidad de los pueblos para emitir señales en la noche para comunicarse entre ellos ha terminado.
Frente a esta situación de sociedades fracturadas, debemos preguntarnos qué podemos hacer los operadores de conflictos. La contribución desde nuestras áreas de influencia en el campo educativo es muy importante. Necesitamos entender que debemos inspirar a las personas sobre una forma saludable de comunicarse. Comunicación asertiva, aprender a expresar opiniones y escuchar al otro.
Tal vez se trate de comenzar a generar una comunidad de luciérnagas de nuevo, que aprendan a generar la luz de la comunicación mediante el envío de señales claras entre sí para reparar grietas y divisiones poco a poco.
[2] El Artículo de las luciérnagas- («Il vuoto del potere» o «L’articolo delle lucciole»- Corriere della Sera, 1 de febrero de 1975.)-Russo, Sebastián y Héctor Kohen. Las luciérnagas y la noche: reflexiones en torno a Pier Paolo Pasolini / Sebastián Russo y Héctor Kohen. – 1a ed. – Buenos Aires: Ediciones Godot Argentina, 2013. 148 p. ; 20×13 cm. ISBN 978-987-1489-69-5 1. Filosofía. 2. Cine. 3. Ensayos. I. Kohen, Héctor II. Título CDD 701
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